viernes, 12 de octubre de 2018

La tristeza es tropezarse más veces con uno mismo que con las sombras que nos rodean

Que dolorosa puede ser la vida cuando un verso no llega para vaciar tu océano de miedos
y las inseguridades se arremolinan en torno a tu persona
tratando de encontrar salida a tanto rebumbio de futuros perdidos en el cielo de las dudas.

Aprender a caer es cuestión de la partida,
de este juego de azar y probabilidades que es el caminar a pesar de todo,
sin mirar atrás demasiado
no vaya a ser que la melancolía inunde el pecho
y ya no haya forma de salir a flote remando.

Acertar y fallar
es todo uno en el binomio existencial,
pero que cruenta puede ser la rutina cuando atenaza los instantes de calma,
cuando redundan sobre uno mismo los momentos de perderse,
cuando
por más que lo intentes
no puedes controlar los factores externos.

-Quizás por eso son externos,
porque no dependen de uno mismo-

Pero podría ser todo tan diferente y no dejaría de ser todo un cristo
padre señor nuestro
tiramos el reino de los cielos por el retrete y mejor
porque no había razón para creer en ello,
pero caminamos solos,
con nuestras dudas,
nuestros miedos,
y nuestra ausencia sistémica y sintomática de filosofía en vena.

Y ahí sí que falla todo,
sin religión
y sin filosofía
solo somos inertes cuerpos vacíos
carcasas sin futuros ni sueños
tratados de paz para los periodos de guerra interna
y miles y miles de hogueras ardiendo para cuando ya no hay luz que seguir
en la oscuridad de las miradas rotas.

Tengo un infierno de tinieblas listo para dispararse cuando sea necesario
-y autodestruirme,
convivir con el infierno es lo que tiene,
corres el riesgo de autodestruirte en cuanto lo liberes-.

Tengo un  infierno de tinieblas listo para dispararse cuando sea necesario
y utopías y fe a partes iguales
para creer en el colectivo y en el amor propio a uno mismo,
todo lo demás son vacuos intentos de engañarnos,
rebaños de corderos trashumantes que desfilar de norte a sur,
de este a oeste,
cuentos de falsas banderas que nos impusieron,
cunetas de olvido que se nos remueven por dentro,
dolor,
dolor,
y olvido en forma de castigos que nos enseñaron a capa y a espada,
y represión
-así de claro y sin medias tintas-,
décadas y décadas de represión
hasta que callamos del todo por miedo a estar peor de lo que ya estamos.

Que dolorosa puede ser la vida cuando no hay forma de vaciar en el mar un océano de miedos
y dudas para las tardes de lluvia
y sueños para los días de sol,
y un reguero de pólvora preparada para explotar
en mil pedazos
y aún así,
a pesar de todo,
o quizás por todo,
lo que nos queda es seguir y caminar.

Soportar el dolor,
guardarlo bajo llave,
y seguir y caminar.

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