Otro día triste. Otro más.
El mundo gira ahí afuera y yo, en mi propia mente borboteo, pero en el exterior, el vacío se abre paso poco a poco, inexorablemente, hasta que ya no queda salida. Estoy a dos pasos de tirar la toalla de nuevo y eso me da auténtico miedo, porque no quiero volver a caer. Me mantengo en pie, como puedo, agarrado a un clavo ardiendo, mi cordura, pero a veces resulta tan imposible que llega a asustar.
Mi pecho pasa las horas a punto de estallar, como pura metralla que salta en todas direcciones, sin tener cuidado siquiera de dónde acabará cuando la ansiedad domine el camino irremediablemente. Mientras tanto aguanto, para intentar no caer, pero a veces resulta tremendamente complicado.
Otro día triste.
Las horas pasan en el calendario y los días se escurren en las agujas del reloj, que giran, y giran, y giran, hasta que no hay vuelta atrás. Y todo lo avanzado se derrumba. Sobredosis de mí mismo en mi propia mente pondrá mi esquela -así, en primera persona, porque quiero, porque puedo y porque total da igual pues ya estaré muerto-.
Otro más.
Y yo mientras tanto me aferro a la supervivencia que tanto me ha costado. A disfrutar los momentos de felicidad y saborearlos, para tener energía de sobra para los malos tragos, pero cuando estos negros momentos se abren paso en la bóveda celeste de nuestra existencia... ¿Qué nos queda? -pregunto yo- ¿Qué nos queda?
Otro día triste. Otro más.
El mundo gira ahí afuera, como siempre, a pesar de todo, quizás por todo, gira, y gira, y gira sin final. Y mientras tanto yo, trato, por todos los medios, de seguir, aquí, en pie, para no caer. Lo intento. De verdad que lo intento. Pero a veces es muy complicado. Sobre todo cuando son factores externos a ti. Y mi propia mente que se llena de demonios y da vueltas, y vueltas, como un oscuro mecanismo que no se detiene hasta que llegue el final.
Otro más. Otro día triste. Otro más.
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