jueves, 12 de noviembre de 2020

Carta sin destinatario en la distancia

A veces tengo la impresión de que escribo buscando respuestas a preguntas que realmente nunca me atrevo del todo a formular, quizás por miedo de encontrar senderos que no puedo o no debo seguir, o caminos que directamente no tengo la valentía suficiente para perseguirlos. Quizás simplemente loco y perdido me siento más cómodo en el pozo de oscuridad que con los años me he construido y no me atreva a mirar más allá de esas pocas miradas que logran perfilar mi silueta bajo la luz de esas vidas que se empeñan a seguir a mi lado. Tengo la sonrisa bonita, siempre me han dicho, cuando me atrevo a blandirla ante los reveses de la vida. Sin embargo no siempre estoy seguro de contar con las fuerzas suficientes para hacerlo, no lo sé. Ciego y perdido en el país de los sordos solo consigo perderme una y otra vez sin retorno.

Por desgracia, hay una frase que se repite constante desde ecos lejanos de un pasado de niebla en blanco y negro: Quien no sabe a dónde va, no puede llegar a ninguna parte. Y esa frase me araña desde la más tenue superficie, consciente de la razón que esconde, reafirmándose en que tras tantas escaleras descendiendo todo se nubla de buena intenciones.

Y sonrío, porque perdido y herido, sigue habiendo, por algún motivo que se me escapa, gente que se atreve a tenderme la mano, por muchos desastres que arrastre a mi paso, por muchas cenizas que queden tras mi sombra, por mucha sangre y cicatrices que arrasen todo lo que un día fue hogar.

Y sonrío. Porque a pesar de todo, resisto. Gracias a gente que sigue viéndome brillar. Y con eso basta, para no estar tan perdido. Y es que probablemente no esté tan mal mientras tenga una mirada en la que verme reflejado.

1 comentario:

  1. A veces el esperar una respuesta puede ser una empresa un tanto heroica, porque en general la gente no responde adecuadamente a las preguntas o responden de tal modo que no tiene ningun sentido con lo preguntado.

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