lunes, 30 de noviembre de 2020

Cartas sin destinatario

Soy yo de nuevo. Estoy escuchando a Saez y me he puesto un poco melancólico. Ya me conoces. Me gusta descender de vez en cuando a los infiernos por ver si así logro encontrar algún sendero de buenas intenciones con el que poder legitimar unos años más mi vida. Como si de ese modo todo surtiese efecto de repente y cobrase más sentido del poco que en ocasiones creo encontrar. ¿Cómo estás? No hace tanto que te he escrito, pero sigo mandando cartas sin destinatario en una botella esperando que cruce el mar hacia donde cae el mundo al abismo. Quizás ahí, alguien encuentre tantos mensajes y tenga la loca idea de escribir un libro lleno de cartas sin destinatario. Qué insensatez, ¿no? ¿Quién querría leer algo así?

Últimamente no tengo mucho tiempo para pensar, lo echo de menos. Corremos tanto por coger trenes en marcha que al final terminamos cogiendo el equivocado sin darnos cuenta. ¿No crees? Puede que esa sea la explicación para tantas miradas de hielo y cenizas deambulando por las frías calles de escarcha. Vidriosos cristales azules que nos recuerdan a cuantos grados bajo cero estamos.

Y caminamos. Por caminar.

*
*
*

Me gusta ver el paisaje desde los trenes. El reflejo del mundo pasando a toda velocidad. Con una pizca de abatimiento y tristeza en el paisaje que se resquebraja ante mí. El coche es mucho menos sugerente. Está bien, sí, pero es mucho menos sugerente. Y tienes que estar mucho más atento. No te puedes permitir el lujo de querer desaparecer para siempre. No al menos intentándolo.

A veces piso el acelerador al máximo. Quemando rueda. Echando humo. Embalado. A ver hasta donde llego. Pero a la primera curva tengo que frenar. No se me dan bien los obstáculos. ¿Qué quieres qué te diga? Así soy. No hay mucho más tras esta marchita piel.
Ya lo sabes.
Supongo.



¿Te has parado a mirar alguna vez el cielo en medio de la helada invernal? Las estrellas parpadean, como susurrándonos mensajes en morse que somos incapaces de descifrar. No sé qué dirán. Pero parecen tristes. Al menos es lo que pienso cuando las veo. Como un pequeño intento por sobrevivir al tiempo, cuando en realidad quizás ya hayan desaparecido para siempre. Como nos ocurrirá muy pronto a nosotros.

Polvo.


Eso fuimos.


Polvo.


Y eso seremos.

¿Para qué engañarnos?

Si miras al frente verás que no hay camino mucho más allá. Y por mucho que te empeñes, eso no puedes cambiarlo. El fin está cerca. Deja de respirar. Es más fácil. Créeme. No te resistas. Créeme. Yo ya lo he hecho. Y ahora estoy mucho mejor en esta viciada somnolencia que me seduce hasta la inconsciencia en medio de un lago helado con mil agujas de escarcha taladrándome la piel.

Descansar...
Solo eso...
Descansar...
No pido otra cosa.

*

*

*


Soy yo de nuevo. 
Me alegro de haber creído que te volvería a ver 


en medio del vaporoso frío, 
el sutil silencio 
y el infinito vacío 
con el que tantas veces soñé.

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