domingo, 18 de febrero de 2018

ekisdé

El dolor acecha en cada esquina con la lasciva sonrisa de quien tiene todo bajo control. Se sabe poderoso, invencible, esperpéntico, un jugoso camino labrado de espinas con el que arañarse las piernas a cada paso mientras los fantasmas se encargan de aniquilar lentamente la mente.

Me sorprendería si algún día aprendiésemos a superarlo, pues toda una vida me ha permitido comprender que no hay mucho más que hacer que huir o mirarle de frente, abriendo los brazos al tiempo que nos mentalizamos con la idea de morir por dentro en el intento. Puede que una vez que seamos pura carcasa podamos seguir en el día a día sin temor a dar un paso en falso que nos aniquile el corazón. Porque ya no tendremos.

Estoy muerto.
Por dentro y por fuera
como una marioneta
que juega a saberse oscuro reflejo
de todos los espejos
que empaño con mi tétrico aliento.

Estoy muerto.
Y no hay vuelta atrás
ni futuro,
ni pasado,
ni oportunidad
que me permita resarcirme y continuar.
Mejor dejar de aspirar a soñar.

El decadente soporte de un inerte incorpóreo sin alma y sin entrañas, sin alegría ni demás patrañas.

Y el corazón ya no bombea, ni siquiera el ponzoñoso veneno que antaño supuraban mis arterias.

Esta noche no hay mañana, y el sol ya no saldrá y la luna no iluminará,
y el ángel de la guadaña acecha en cada rincón.
Así,
yo
soportaré la perdición:
el fracaso del amor:

El patético existir sin ninguna razón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario