miércoles, 28 de febrero de 2018

Con la imprevisibilidad de una nevada improvisada

La cena estaba servida. Un bote de salchichas y un paquete de arroz de estos de microondas. Todo listo en el plato con el portátil preparado para ver alguna serie.

Busco por Netflix y no encuentro nada, me voy a los foros de la Uned con la intención de hallar algún vídeo o conferencia con el que distraerme un rato. Entre unas cosas y otras termino la cena y aún no sé qué quiero ver. La verdad es que no me apetece nada en concreto, la apatía y desidia constantes reinan en mi vida desde hace tiempo y es un estado del que creo, en lo más hondo de mi ser, que jamás saldré.

Vibra el móvil. Un whatsapp de Lura. Abro la app. Un audio. Un grito reverbera por toda la habitación:  Está nevando. Miro por la ventana para comprobarlo y veo cientos de copos cayendo. Me levanto de golpe arrastrando la silla, tropiezo, me calzo, cojo el abrigo, las llaves, la cámara, y el móvil. Salgo por la puerta. Intento cerrar con cuidado. Y bajo casi corriendo las escaleras. De dos en dos, de tres en tres, Y salgo a la calle.

La nieve cae. Copos grandes, blancos, puros. Toda la avenida a uno y otro lado está bañada por una cortina de nínfeas gotas cristalinas que se deslizan ante mis ojos con la suavidad de una hoja que se contonea jugueteando con el viento.

Llego al portal de Lura y viene corriendo junto a mí mientras Susana y David ríen. Baila con el aire de pulcras motas de blanco destelleante, en una danza de sonrisas como la magia de sus ojos al cambiar de color según la latitud, la temperatura y su estado anímico. Verdes en el norte, amarillos en el sur; marrones en el día a día, verdes si llora o si desborda alegría.

Nunca ha tocado la nieve y menos visto nevar. Su cuerpo desborda vida y felicidad. Coge ese hielo que ha cuajado sobre un coche e improvisa un proyectil que lanzar. Una bola impacta contra mi abrigo y se fragmenta en mil pequeños pedacitos de revoloteantes chispas de ilusión. No hay muchos adjetivos ni sustantivos con los que dar nombre y forma a ese estado que cobra el agua cuando está por debajo de los 0º C, quizás si aquí nevase con mucha más frecuencia... ¿se daría el caso de gozar de más de 200 palabras diferentes para distinguir la nieve en todo su esplendor?

No somos inuits, pero nos vemos con las fuerzas suficientes como para improvisar un iglú si llega a darse el caso y se nos presenta la oportunidad.

La precipitación comienza a disminuir y el frío atenaza nuestros dedos ateridos por el frío. Tras una hora en la calle decidimos que va siendo hora de volver a casa, sobretodo teniendo en cuenta de que son ya las 2 de la mañana.

Nos despedimos. Y un beso en la nariz.
Siempre es más bonito.

* * *

He llegado a casa hace ya más de media hora y la emoción sigue haciendo vibrar mi cuerpo, como una corriente eléctrica que me reconforta por dentro. Ya no nieva. Pero no deja de tener su aquel.

Es la prueba de que es posible encontrar la salida a este estado de apatía y desidia que se ha apoderado de mí y en el que estoy sumergido desde hace tiempo.

Y del que creía que ya no podría salir nunca.

Pero puede que por una vez.
Me hubiese engañado a mí mismo.

Y sea verdad eso que no dejan de repetirme
de que la vida saldrá bien
a pesar de todo.

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