sábado, 10 de febrero de 2018

Siempre somos [nosotros, los silenciados] la causa de su histeria colectiva

Las banderas desteñirán, tarde o temprano, en los balcones. Será entonces cuando toque hablar del país real, cuando la alucinación colectiva llegue a su fin. Aguanten, los despertares más duros son los más furiosos.
Daniel Bernabé





Tropieza la noche de los tiempos en una cálida madrugada a orillas de cualquier río con cualquier nombre,
la sangre corre a lomos de los artificiosos artificieros
y la velada disputa con el amanecer el despunte de los últimos destellos de un atardecer constante.

Las silabeantes sílabas que asolan el cielo dejan fugaces destellos de moteadas matrices sin acierto y error para el cálculo de panorámicas que nos permitan comprender la complejidad del todo en su conjunto. Mientras tanto, la pormenorizada mañana permite entrever infinitesimales intentos por dar cobijo a todos aquellos que han visto durante siglos y siglos sus vidas destinadas a dar fuerza y cobijo a los demás: el ora et labora nunca fue tan intenso como hasta ahora,
reza por tu mente y cuida tu cuerpo -como si no nos bastase trabajar de sol a sol-
que de apropiarse de nuestro trabajo ya se encargan ellos hasta sacar brillo y valor a la más mínima gota de nuestro perlado sudor.

Las revueltas aguas de la quietud soportan la carga de décadas y décadas de silencio bajo el falso hábito de la sumisión pactada, como si ese velo que se nos ha impuesto nunca hubiera existido y simplemente hubiésemos elegido callar nuestros gritos porque sí, porque nos dio la gana mantenernos en la cola del rebaño, tirando en cualquier dirección menos en la orientación correcta a ojos de nuestro perro pastor
y guardián
y protector de los desvalidos
-y pobre de nosotros, oh ovejas descarriadas, que nunca hemos sabido discernir entre el mal y el bien,
y así nos va, de capa caída culpando a los demás de nuestros fracasos
[dicen]-.

Soñamos banderas
romances liberadores en trance
fuegos cuidadosamente pasionales
y revoluciones calurosamente fugaces.

Imaginamos y elucubramos tantas cosas
que olvidamos vivir en la realidad
mientras poco a poco nos fueron expulsando de la partida.

Es hora de volver al tablero de juego.

Y comer todas las fichas.
[o dicho menos bonito:
acabar con sus reglas, 
su sistema, 
su rey 
y su oligarquía].

Ya está bien de decir las cosas mediante palabras vacías.

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