Tengo un problema, por muy bien que me vaya todo no soy capaz de ser feliz.
Esas palabras dijo Carlos. Esas palabras diría yo. Esas palabras conllevan tanto implícito... Un dolor tan profundo como desgarrador: el saber que por más que lo intentes no hay forma humana de sentir paz contigo mismo; no, al menos, hasta que te encuentres. Porque te has perdido, no sabes muy bien cómo, pero en algún punto del viaje te has perdido. Y tu voz ya no es tu voz. Y tu esencia ya no es tu esencia. Y ya solo queda tras de ti un puñado de pólvora lista para explotar en cualquier momento y mucho, mucho, dolor.
Tengo un problema, por muy bien que me vaya todo no soy capaz de ser feliz.
Es en ese momento cuando debes buscarte. Echar a caminar, irte muy lejos, y buscarte. Buscarte en ninguna parte. Buscarte en ningún sitio. Sabiendo que siempre podrás volver a tu hogar junto a los que te quieren, pero tratando por todos los medios de encontrar tu rincón en el mundo. Porque solo cuando lo encuentres te encontrarás a ti mismo, y podrás volver a ser feliz definitivamente. Sin medias tintas. Sin incapacidades de ningún tipo.
Es el final de una época. Como cuando te despides de alguien que te ha acompañado durante cientos y cientos de kilómetros en el viaje, como cuando tienes que decir adiós a quien te ha dado la mano durante años. Y no quieres. Pero sabes que aunque no quieras no te queda otra que echar a caminar y aprender a volar por ti mismo.
Quizás ahí, puedas volver a descubrir cómo pasó
y encontrar,
por fin,
a quien eras
cuando todo comenzó.
El eterno retorno nunca tiene final.
Solo principios.
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