Miro hacia abajo y disparo
a las dos en punto el reloj estalla
en pedazos
como una carrera contrarreloj
como un estruendo ensordecedor
que alimenta la espera siniestra
hacia el paredón.
La noche trae lamentos de más allá,
de mucho más allá,
y yo miro por la ventana la lluvia caer tras el cristal,
sinuosos senderos en los que perderse,
lágrimas que escaparse por las mejillas,
reflejos de ninguna parte,
olvidos de cualquier hora.
El frío atenaza la casa
y el silencio invade cada resquicio,
el vidrio se agrieta en torno mío
y se astilla la mirada hasta el infinito.
Las luces del malecón rielan con el rocío
y la soledad se agolpa como el mar embravecido,
la barca zozobra como la vida que se pierde
y ya no quedan otros murmullos que el tétrico canto de muerte.
Miro hacia abajo y disparo
manteniendo el cañón a punto
salgo corriendo por el pasillo
y un reguero de sangre peta a la puerta
esperando el cadáver en el rellano.
Ya no quedan noches de verano.
Entre todo ruido de la ciudad
se apaga mi voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario