A veces solo nos queda sentarnos en la línea del
horizonte y asumir quienes somos, bajo luces y sombras, buscando nuestro lugar
en este efímero mundo en el que pesan más unas palabras que mil imágenes; con
la idea de volver a ser nosotros mientras perdemos los destellos del atardecer
entre los resquicios de nuestros sueños. Volutas de humo que desaparecen en la
mañana, volátiles fantasías que se fugarán hasta ese sitio en el que escribir
la palabra esperanza en un muro no sea delito fuera de nuestro
corazón.
En tiempos de guerra la piedad es la mayor de las virtudes; por eso me observo hacia dentro y solo veo un campo en ruinas al que da miedo mirar. Olvidamos tantas veces tener piedad de nosotros mismos que nos perdimos en espirales de desastres que no logramos controlar, por más que quisiéramos.
Creo que el viento no intenta hacer otra cosa que susurrarnos senderos; de ahí mi teoría de que los escalofríos son el miedo que sentimos ante el sobrecogedor abismo que es todo lo que desconocemos en este universo de saltos al vacío. Aspirar a construir una realidad con los reflejos del mar y el cielo es un acto de pura valentía.
En tiempos de guerra la piedad es la mayor de las virtudes; por eso me observo hacia dentro y solo veo un campo en ruinas al que da miedo mirar. Olvidamos tantas veces tener piedad de nosotros mismos que nos perdimos en espirales de desastres que no logramos controlar, por más que quisiéramos.
Creo que el viento no intenta hacer otra cosa que susurrarnos senderos; de ahí mi teoría de que los escalofríos son el miedo que sentimos ante el sobrecogedor abismo que es todo lo que desconocemos en este universo de saltos al vacío. Aspirar a construir una realidad con los reflejos del mar y el cielo es un acto de pura valentía.
Solo nos queda sentarnos a ver el tiempo girar en un
laberinto constante sin final. Todos; menos nosotros, en esta torre del reloj; escuchamos
el tik tak, pero ya supimos que aquí la caída no nos indicaba el lugar; solo
nos insinuaba que el holograma de la vida empezaba a fallar, y no nos dimos
cuenta hasta que el helado, una vez más,
volvía a gotear.
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