martes, 20 de noviembre de 2018

Alas para volar

Hay ocasiones en que la soledad acecha en cada esquina y las ganas de vivir se escapan como el aire que exhalamos hacia ninguna parte. Sin cuidado, sin remedio. Como una suerte de sinfonía en acordes menores, de esas que te entristecen el alma sin saber muy bien cómo ni por qué, pero pasa. Y en momentos así echamos la mirada atrás y a las cartas que nos tocaron, contamos futuros con los dedos y motivos por los que seguimos en pie. Y el presente se nos deshace entre los dedos, como castillos de arena que se lleva la marea de nuestra tempestad interior.

Me sorprendería el hecho de comprobar que las ilusiones no se han dado por vencido y que todavía quedan motivos por los que escribir. A pesar de que la inspiración haga ya tiempo que se ha fugado y solo queda una vela ardiendo en medio del escritorio. Tratando de iluminar por todos los medios con su tenue luz toda la habitación. Imposible. Todos lo sabemos. Un rastro de sombras es lo que nos queda cuando volvemos a mirar. Y cerillas que se consumen entre las yemas hasta que nos quemamos tratando de aprovechar la llama que se consume. Poco. A poco. A poco. Hasta el final.

Hasta el final iría yo si tuviese la certeza de que la esperanza es lo último que se pierde. Y nada más. No haría falta nada más, eso lo tengo claro. Y sueños por cumplir que adolecen en esta contrarreloj que es crecer. Y caminos que se pierden entre la niebla cada vez que escogemos el sendero equivocado. Decisiones, decisiones, decisiones, que nos han traído hasta aquí; que nos han hecho como somos.

Me sorprendería el hecho de comprobar que hay alguna certeza entre tanta incertidumbre, que queda valentía entre tantos cobardes, que queda fe entre tanto cinismo que siempre lideró mi corazón. Y no somos quienes fuimos, y no seremos quienes queremos. Todo eso lo tengo claro. Y aún así, puede que todavía queden razones para mantenerse en pie. Espero. Porque esperar y desear es lo único que nos queda mientras sigue ardiendo en algún rincón la llama de la esperanza.

Hay ocasiones en que la soledad atenaza la piel y cubre con su negro manto toda nuestra alma. Asfixiándonos, estrangulándonos, destejiendo todo un manto de dolor y tristeza a su paso. Y ya no quedan lágrimas, ya no quedan lágrimas, que bañen mi corazón. Decía eso una vieja canción. Que se mantiene incansable en la mente por más que la vida nos golpee y tratemos de tirar la toalla. Mirar a otro lado es solo hacerle el juego a la situación predominante. Por eso como que por más que quiera huir, me mantengo firme; tembloroso, pero firme; sacando pecho por el trecho que nos queda. Tatuajes que no están sobre la piel. Tinta negra que nos adorna la mirada. Vida en cada camino, esperanza en cada sendero del alma.

¿Dónde estás Katagena?

Dónde estás.
Que por más que lo intento no encuentro la cumbre en la que te hayas.

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