viernes, 30 de junio de 2017

Eran los últimos 7 días del verano

Entre los rincones del finiquito
pude ver dónde acabar con tanto desquicio,
con tanto resquicio desde el que ver el vacío,
            que si me tiro acabo con todo
y seguir a estas alturas
es vicio.

Que ya no queda sitio para tanto autosuicidio,
que las cuentas en el calendario no dan
y que sé que el final
a corto plazo
es lo mejor para acabar sin más este sutil reemplazo.

Que repaso y hago números,
pero el crepúsculo me ha pillado de imprevisto
y en un visto y no visto
he subido hasta lo alto
de la torre del reloj,
marcó las 12,
a la de 1,
a la de 2...
y de forma intencionada o sin saber evitarlo
me precipité hacia atrás
                                       consciente del daño.

Que ya no había tiempo en las agujas intermitentes,
que los retazos de sueños surcaron mi mente,
y confundí realidad con imaginación,
ficción con verdad,
y como una película en la que aún queriendo no se puede participar,
vi como la vida la vivían los demás,

y yo,
como una centelleante luz del atardecer,
solo pude permanecer
quieto
y dispuesto
a ver
todo este juego en el que yo nada pude hacer.


En la villa de los crepúsculos vi el futuro, el pasado,
y todo,
todo,
pasaba siempre para mí de largo.


A pesar de que hice amagos por cambiar todo lo anhelado,
resulté ser solo una carta, 
un recuerdo en el borrador, 
una tecla de delet que acabó con todo lo diseñado

 con prisa y sin dolor.

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